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25 julio, 2025Artículo de opinión de Rafael Balaguer
Cada vez que la pluma traza sobre el mapa un nuevo proyecto urbano, la ciudad lo celebra como si estuviera renaciendo. Hay luces, anuncios, horarios de inauguración y la emoción de lo flamante. Sin embargo, esa misma urbe respira con dificultad cuando descubre que las aceras están agrietadas, los jardines secos y los columpios oxidados siguen siendo su día a día.
En nuestra búsqueda por lo innovador suele olvidarse lo indispensable. Los edificios de última generación y las amplias avenidas dan lustre, pero al tropezar con un borde mal nivelado o al atascarse la rueda de la sillita de bebé por un hueco, la magia se disipa. El deslumbramiento ante el avance técnico convierte en invisible cualquier grieta, cualquier señal de abandono, porque ´´lo nuevo´´brilla más y tapa lo olvidado.
Mantener una ciudad no es solo levantar estructuras, es cuidar los detalles que afectan cada paso, cada respiro. Cuando ignoramos, aceras rotas que obligan a sortear obstáculos, jardines resecos que empobrecen el paisaje, juegos infantiles deteriorados que amputan la imaginación. Se está agrediendo la calidad de vida, el sentido de pertenencia y la seguridad de todos.
Quienes habitamos estas calles exigimos coherencia. No se trata de reducir la ambición ni de abandonar proyectos, se trata de equilibrar la balanza entre innovación y conservación. Una ciudad que se preocupa por sus raíces mantiene viva la historia, el tejido social y la identidad colectiva.
El deterioro urbano no discrimina: padres que evitan parques peligrosos, personas mayores que reducen sus paseos, comerciantes que ven menor afluencia. A medio plazo,la inversión en nuevas infraestructuras pierde valor si no hay un mantenimiento constante. Es el clásico error de plantar un árbol y olvidarse de regarlo.
También tiene unos costes sociales y de cohesión. Reducción de la movilidad y el acceso a servicios básicos, agravando la brecha entre barrios bien mantenidos y zonas olvidadas. Pérdida de espacios de esparcimiento seguros: aceras intransitables, parques con juegos oxidados y jardines secos disuaden el uso comunitario. Desincentivo de la inversión privada y fuga de talento en municipios percibidos como descuidados.
Una ciudad no es un escaparate donde solo importa lo que deslumbra.
Es un organismo vivo que se nutre día a día de la atención a cada baldosa y cada árbol. Mantener ese pulso requiere voluntad política, inversión continua y sobre todo, una ciudadanía activa que no se conforme con lo espectacular y reclame lo esencial Más allá de esta mirada crítica, conviene explorar cómo la participación vecinal, la tecnología cívica y la educación urbana pueden transformar el descuido en una oportunidad de orgullo colectivo.
Rafael Balaguer García
Coordinador Comunicación de SCdA